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Un día con Karelia de la Vega: Viaje al centro de Lady La Vulgaraza

Los pies de Karelia de la Vega son largos y delgados. Sus venas resaltadas suben por dos piernas depiladas, morenas y fibrosas. En la derecha, en letras góticas uno de los once tatuajes que cubren su cuerpo permite leer un nombre masculino: Javier. Así le llamó su madre cuando nació, el 14 de octubre de 1993. Javier Antonio Hernández Urrutia.Un día con Karelia de la Vega: Viaje al centro de Lady La Vulgaraza Un día con Karelia de la Vega: Viaje al centro de Lady La Vulgaraza

Demandan liberación de presos políticos. EE.UU.: Ortega no muestra interés en negociar.
byArtículo 66

Otro grupo de familiares de presos políticos demandó la libertad inmediata, incondicional, con nulidad de juicios y el restablecimiento pleno de las garantías ciudadanas de los reos, pero no hizo eco de ninguna propuesta de diálogo o acuerdo con la dictadura. Además, Estados Unidos tampoco observa algún interés de Ortega por restablecer la democracia.

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— ¿Por qué tenés ese nombre tatuado? – le pregunto

— Porque cuando me hice ese tatuaje todavía no tenía nombre de mujer – responde sin darle mayor importancia

En esta mujer transgénero elocuente, dinámica y por momentos contradictoria, confluyen dos personas: Javier –como le llaman en su hogar y en su barrio- y Karelia –el nombre con el que se identifica- y un personaje gracias al cual es conocida a nivel nacional e internacional: Lady La Vulgaraza.

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“¡Aquí empezó la vida de Lady La Vulgaraza!”

— ¡Vamos! ¡Te voy a enseñar mi set de televisión!

Son las nueve de la mañana de un jueves de mayo y Karelia sale de su casa saltando un tablón de madera colocado en la puerta. Este tablón sirve de barrera para que su perrito Scooby no se salga.

Durante esta jornada, la joven menciona varias veces su deseo de terminar el bachillerato –que dejó en segundo año- y ser periodista. Lo cierto es que, si se lo propusiera y tuviera las oportunidades, podría ser lo que ella quisiera: guía turística, abogada, líder social, actriz, modelo.

Cuando apenas empieza a avanzar por la calle, es su faceta de guía turística la que sale a relucir.

— Este es el asentamiento El Jobo y todo alrededor es Pochocuape. Largo de aquí hay un ojo de agua que se había secado, pero ha vuelto a agarrar fuerza y ahí la gente va a bañarse, a lavar… Así se ahorran la lavadora, vos sabés.

Y se ríe. Karelia es bromista y risueña. Camina y señala lugares, cotillea acerca de los vecinos, explica cómo la zona se ha ido poblando poco a poco y que antes todo lo que vemos era maleza y monte, sin embargo, el panorama encoge el corazón: callejuelas de tierra con ríos y charcos de agua sucia, cañadas llenas de basura, remolinos de polvo, algunas viviendas de concreto y la mayoría de madera, láminas de zinc y plástico negro con cercas improvisadas con alambres de púas. “Precariedad”, como dice ella en diversas ocasiones.

Justo frente al domicilio de la Lady queda el último trecho al que se puede acceder en vehículo. Pasamos sobre un puente peatonal pintado de verde debajo del cual hay un cauce –el primero de muchos- y nos adentramos en los recovecos de Pochocuape.

La comarca Pochocuape está ubicada al sur de Managua y colinda con El Crucero y los barrios Loma Linda y Las Nubes. Pese a pertenecer a la capital, el abandono es evidente y palpable. El lugar está atravesado por cauces y hondonadas que, si no se limpian y atienden pronto, pueden provocar una desgracia en este mismo invierno o en el próximo.

Durante el trayecto, Karelia no para de hablar. Compartir con ella es sumergirse en una conversación infinita en la que pasa de un tema a otro sin inmutarse. En un instante recuerda que la primera vez que la reconocieron en público fue en el Puerto Salvador Allende cuando ella ni sabía que se había publicado el primer video y un minuto después está platicando acerca de “un marido” que la golpeaba.

— El hombre era muy obsesivo, le gustaba pegarme y vos sabés que no podemos permitir que alguien nos golpee. Pasé como tres meses con él nada más porque el que te pega una vez, te pega varias veces…

Llegamos a un enorme predio baldío ubicado en el propio borde de un cauce y cercano a la cancha deportiva de la comunidad. Ella apunta hacia un árbol.

— ¡Aquí empezó la vida de Lady La Vulgaraza! Era 2015, estábamos de goma, yo me subí a la rama de este palo -que ya hasta se quebró- me senté, me empecé a mecer y a cantar. Un muchacho sacó su teléfono y se puso a grabar. Plan jodedera. El video lo suben porque se robaron el teléfono, alguien encontró el video y ahí se publicó. Yo había prohibido que lo subieran porque era vulgar y vos sabés que los niños ven esas cosas.

Esa es la diferencia entre Karelia y Lady La Vulgaraza. Horas más tarde, doblando ropa en su cuarto, la expresa con contundencia: “El personaje es vulgar, pero yo no soy vulgar… Solo lo básico y principalmente cuando me enojo”.

“Somos muertos de hambre, pero no jodemos a nadie”

Luego de enseñar su “set de televisión”, Karelia se traslada de los recuerdos a la realidad. A la realidad de “su gente”. Y su impulso de líder social aparece.

Justo contiguo a la cancha hay dos casuchas levantadas en medio de dos “zanjones”. Aquí viven ancianos, hombres, mujeres y varios niños. Xóchilt, Ana y María están sentadas afuera. Son amigas de Karelia. Xóchilt se dedica a la venta de cigarros. Ana y María son “pichingueras”: recolectan plástico en la basura y lo llevan en carreta a Acahualinca donde hay una gran cantidad de locales informales de reciclaje. El viaje ida y vuelta les toma en promedio cuatro horas.

— Vamos a hablar sinceramente: A esta gente la han visto como mierda. El gobierno puede hacer más por ellos. Yo como persona y como poblador de este barrio, si pudiera hacer más por ellos, lo haría. Los dirigentes tienen el poder, pero no tienen el deseo de hacerlo. Esos solo buscan su conveniencia. ¿Y sabés qué? Esta es mi gente. ¡Es mi gente! Si ellos son muertos de hambre, yo también soy muerto de hambre. Con mucho orgullo te lo digo. Y sí, somos muertos de hambre, pero no jodemos a nadie.

“Soy una embajadora de la comarca Pochocuape”

Un día con Karelia de la Vega: Viaje al centro de Lady La Vulgaraza

Karelia levanta miradas allá por donde va. Camina erguida, usa shorts cortos y hoy viste además una blusa negra, ajustada y transparente con encajes en los brazos y en el pecho. En sus orejas brillan dos aretes sencillos y de su cuello cuelga una cadena dorada con una cruz.

— ¡Adiós, princesa! – grita una pobladora desde la acera de su casa en otro sector de la barriada

— Vos sos famosa… – afirmo

— No digamos fama, digamos popularidad. La fama es algo más pesado que la popularidad. Todo mundo quiere ser famoso, todo mundo quiere sobresalir, pero popularidad es juntarse con la gente, saber lo que la gente necesita y así ver si vos tenés corazón y te ponés la mano en la conciencia para ayudarles.

A ella la popularidad y el juntarse con la gente entre la que ha vivido desde su infancia le sirvió para ver que los niños de su comunidad pasaban hambre. Hace un año, gracias a una donación empezó a repartirles el almuerzo. Al inicio lo hacía tres veces por semana y ahora lo hace de lunes a viernes. En este jueves de mayo, ochenta niños y niñas recibieron un plato de arroz y espaguetis cocinados en el patio de la casa de Karelia. Esta obra social -que realiza gracias a los aportes que solicita en sus redes sociales- es su gran proyecto y su mayor ilusión actual es la celebración del primer aniversario.

— Va a ser el 30 de mayo y vamos a celebrar el primer aniversario, el día de la madre y el día del niño. Nuestras actividades siempre han sido un éxito. Para Navidad hubo payasos, piñatas, me vinieron paquetes de ropa y juguetes de Estados Unidos, de Masaya, de todos lados, a todo mundo se le dio y ¡hasta riales salieron en esos paquetes! Así que espero que esta vez las personas también me apoyen.

Recorrer Pochocuape con Karelia de la Vega es un tour con acceso total. Ella atraviesa patios, mete la cabeza hacia el interior de las viviendas que encuentra abiertas y saluda, cuenta la historia de los emprendimientos de la comunidad, elogia a los ciudadanos trabajadores y luchadores del entorno, denuncia una y otra vez con vehemencia la falta de acciones de las autoridades ante el desaseo, el peligro de los cauces y la insalubridad general, pero de pronto y sin transiciones, su chip cambia y se pasea en este suburbio semi rural de Managua como si estuviera recorriendo una lujosa pasarela.

— Yo soy la primera trans de Pochocuape. Soy la primera persona que da a conocer que Pochocuape existe. Con mi fama, con mi popularidad yo he hecho que este lugar sea conocido. Podría tener el atrevimiento de decir que soy una embajadora de la comarca Pochocuape. Yo quisiera que mis restos quedaran aquí, pero no vivir aquí. Necesito salir para poder experimentar otras cosas, conocer más allá de Nicaragua.

“Yo nací libre, soy quien he querido ser”

La primera vez que Karelia se travistió fue en 2013 para participar en un certamen de belleza. Quedó entre las cinco finalistas. Estos eventos fueron importantes en su pasado y en distintas ocasiones a lo largo de la jornada muestra fotos en su teléfono vestida de gala o de fantasía.

— ¿Y vos desde cuándo te sentiste mujer? – consulto

— Preguntame cuánto dilaté en el clóset… ¡Nada! ¡Yo nací afuera! Yo nací libre, soy quien he querido ser.

Esa libertad en el ser también está expresada en su forma de hablar: por momentos se refiere a sí misma en femenino y dos frases después lo hace en masculino.

— Yo he tenido que matar todos los estereotipos en este barrio, cambiarle la mentalidad a esta gente porque hay homofobia, rechazo, discriminación. Y lo he hecho con mis acciones, dándome mi lugar. Si los niños me dicen cochón es porque los padres eso les enseñan. Entonces yo vengo y le digo al niño: ¿Quién te dijo que yo me llamaba cochón? Dígale a su mama que yo me llamo Javier.

— Si pudieras cambiar tu nombre en el registro civil, ¿lo cambiarías?

— ¡Claro! Ahí estamos hablando de identidad de género.

— Y si pudieras hacerte la operación de cambio de sexo, ¿te la harías?

— ¡Claro! Bueno… Yo creo que el cambio de sexo no sería para mí. Creo que me sentiría extraña, diferente.

De regreso a su vivienda, Karelia decide lavar la ropa. En la amplia sala de piso de tierra que en unas horas estará llena de niños, sobresalen un comedor de madera y un lavandero de concreto. Aquí además están sus mascotas, quienes con frecuencia se observan en los tiktoks que comparte: son tres conejos que juguetean en una jaula blanca colocada sobre el suelo y su adorado Scooby, un cachorro gris, alto, peludo y perezoso de siete meses de edad al que considera su hijo.

Mientras ella revisa la ropa que va a lavar, su madre, Catalina sale a comprar un atado de dulce. Es una mujer esbelta, morena y callada. Tiene 65 años, pero su rostro cansado aparenta más edad. Tuvo seis hijos, uno de los cuales murió ahogado hace trece años. En estas cuatro paredes donde la voz de Karelia retumba a cada segundo, la suya se escucha poco.

— Él (Javier) fue el niño más calmo que tuve. Toditos los demás eran llorones y con él a veces tenía que ir a verlo a la hamaca donde lo acostaba porque no se despertaba, ni lloraba

Catalina mira a su Javier y en sus ojos se refleja el amor. Es evangélica devota, asegura haber sido curada por Dios del asma crónica que padecía y ahora, en casa, ella elabora y ayuda a repartir la comida de los niños del comedor y hace los turrones que la familia vende de manera ambulante.

— Yo no tengo amigos. Solo Dios y mi madre – suspira Karelia

“Señor, si algún día me vas a bendecir con dinero, yo voy a ayudar a las personas que necesitan”

Frente al lavandero, en el borde una pared, Karelia pone su celular. Es un teléfono viejito y con la pantalla quebrada del que no se separa nunca, pero que utiliza poco durante el día, principalmente en este momento en el que el servicio de energía eléctrica está cortado en su casa. Para cargarlo va donde una vecina.

Luego del boom que representaron sus primeros videos como Lady La Vulgaraza, Karelia se fue “de gira”.

— Anduve en Rosita, Bonanza, León. Trabajaba con un DJ que se encargaba de buscar los lugares y yo hacía el show. Contaba anécdotas, vulgaridades porque bueno, el personaje es vulgar y por ende yo tenía que ser vulgar. Ahí me fui ganando mi dinero, cobrábamos 200 dólares, le daba 50 al muchacho y yo me quedaba 150 porque el artista tiene que ganar más. Recuerdo que lo primero que traje con mi primer show fue ese ropero que tengo en mi cuarto porque mi ropa andaba tirada.

Mientras restriega la ropa con fuerza y el chorro de agua va llenando la pila, mira hacia su cuarto. Es como un apartamento en miniatura. Además del ropero de madera clara, hay una cama matrimonial, un televisor, un abanico de pedestal, un juego de tres sillones tapizados de azul y un par de mesas. La mitad de la habitación está pintada en rosado y la otra permanece sin pintar.

Todo lo que hay dentro de la habitación tiene su historia. La cama, el televisor, el abanico y los sillones los compró con un obsequio de 600 dólares que le hizo un seguidor de Facebook al que solo conoce por videollamada y del que únicamente menciona que es un ciudadano nica residente en Estados Unidos desde hace 35 años.

— Él me dijo que yo era una reina de Nicaragua y yo le dije que no me anduviera dando bromas porque una reina no duerme como los animales, en la miseria y le di mi número de teléfono. Nos conectamos, hablamos y él me dijo que no era posible que yo viviera así, que lo esperara. A la media hora me mandó una foto, un voucher de la Western Union por 600 dólares. Así me temblaban las patas, mirá. Yo nunca había visto tanto dinero.

Este mismo hombre la ha ayudado para ampliar su habitación y para realizarse la prueba del COVID-19 en 2020 cuando presentó síntomas y le negaron atención médica en el hospital público por ser opositora a la dictadura orteguista.

A finales de mayo del año pasado, otra de sus seguidoras – 300 mil en Facebook, 131 mil y 16 mil en TikTok porque tiene dos cuentas y 2,500 en Instagram – le envió cien dólares con la orientación de que se los repartiera a los niños. Ella decidió hacerles comida.

— Empezamos con 50 platos tres veces a la semana y después se fueron aumentando, ahorita tenemos 210 niños en total. Desde que empezamos yo me sentía alegre porque cuando era pequeño pasé muchas dificultades, venía del colegio y no había comida, teníamos que esperar hasta en la noche que mi mamá viniera de trabajar y yo decía: “Señor, si algún día me vas a bendecir con dinero, voy a ayudar a las personas que necesitan”. Yo le decía al Señor que no me diera mucho para no creerme tanto, pero que tampoco me diera poco para no morirme de hambre. Y así inició el comedor.

“Me retiré (de la prostitución) en 2017 cuando mataron a mi amiga delante de nosotros”

Al terminar de lavar, con fuerza y energía, una docena y media de sus prendas, Karelia regresa a su cuarto, se disculpa por el desorden y se dispone a limpiar. Barre, sacude, mueve los muebles, arregla la cama, saca la ropa del ropero, la pone sobre la cama, la dobla y vuelve a guardarla. Todo sin dejar de conversar. Es aquí, en su rincón más íntimo, donde decide tocar los temas más duros y privados, sin filtro, fiel a su estilo.

— Yo estuve tres años en la prostitución. 2015, 2016 y 2017. Entré porque la homofobia en Nicaragua es tremenda y si yo iba vestida de mujer a un trabajo, no me daban el chance. Entonces dije: “voy de puta”. Conocí a unos amigos trans que también andaban en la prostitución, me invitaron a tomar y yo me animé. Llegó un hombre en una moto y una de mis amigas me dijo los precios y me fui.

Justo al decir esto, la llaman por teléfono. Su interlocutor se refiere a ella como “señora” y ella responde: “No, no, yo soy señorita, a mí nadie me ha tocado aún”. Y se ríe ruidosamente. Termina la llamada pidiendo que se vuelvan a comunicar con ella a las 4 de la tarde.

— Me retiré (de la prostitución) en 2017 cuando mataron a mi amiga delante de nosotros.

Al decir esa frase su rostro adquiere una seriedad total y su voz se torna grave, incluso triste.

— Eran las 2:30 de la mañana. Estábamos al lado del Zumen, éramos cinco travestis. Llegaron unos hombres en un carro, solicitaron sus servicios, ella se fue y al rato el carro regresó y solo la tiraron. Muerta. Parece que la pusieron de rodillas porque traía las rodillas cholladas y le metieron un balazo en la frente. Ahí fue donde yo dije: “Esto no es para mí”.

De su época en la prostitución Karelia dice que ganaba entre dos mil y cinco mil córdobas cada noche (entre 57 y 85 dólares) y que trabajaba viernes, sábado y domingo porque el resto de los días necesitaba descansar y reponerse.

— Andaba en el mercado Israel, en el Zumen, en carretera a Masaya. Esa es la vida de la puta. La puta tiene que buscar, no va a llegar el cliente donde vos estás. En la prostitución hay muchas chicas trans que roban, pero hay unos que llegan y te dicen: “Mirá, tu amiga me robó los riales de la comida de mis hijos”. Y yo pensaba: “¡Cabrón! ¡Tenés a tu mujer en tu casa, tenés a tus hijos, qué venís a buscar aquí!”. Y si es que venís porque tu pareja no te da lo que vos querés es porque vos no le has dicho qué es lo que querés.

A continuación, le pide a su cuñada Grey que le pase la mochila, Grey va, regresa y Karelia saca un par de condones. “Siempre los ando. Esto es una vida y dos mandados”, declara. Ahora estamos en el patio. Catalina, su madre, escucha en silencio la plática y le va pasando turrones a Karelia. Ella aprieta con ambas manos esas blancas bolas hechas de maíz hasta compactarlas. Seguidamente las bañarán en dulce y las acomodarán en unas bandejas. De esto vive la familia.

“La homosexualidad es dura, difícil, de llorar, de sufrir y a veces hasta de morir”

Habiendo terminado con los turrones, Karelia regresa a su cuarto y a hablar sus vivencias. Y es aquí cuando abre su corazón.

— Te cuento que cuando nosotros nos encabronamos con un hombre, ay, pipita linda, echás a perder tu vida. Yo viví con una pareja que me pegaba, me decía que me quería, pero lo que quería era riales. Llegó con mentiras, con engaños y cuando ya no tuve nada… va con Dios.

Karelia baja la voz como si estuviera hablando para sus adentros.

— Yo desde chavalo he sido trabajador. He vendido en los semáforos, he vendido turrones, cajetas, donas. Cuando tenía 14 años ahorré casi 15 mil córdobas (cerca de 430 dólares) y me quería ir a Panamá a trabajar para tener billetes, pero me encabroné con un cabrón y casi me quito la vida por él. Eso pasa con nosotros. Muchos homosexuales se han quitado la vida por los hombres. Yo a él le di todo: mis riales, mi vida, mi tiempo. Él tenía 27 años. Y cuando ya no tuve qué darle, adiós a la reina de belleza. Estuve como dos años en el alcohol.

Se hace un breve silencio en la habitación. Por la ventana entra el trinar del chocoyito de la familia que está en su jaula en el patio. Catalina y Grey cocinan en el fogón donde antes hicieron los turrones el arroz y los espaguetis que se le darán a los niños que están por llegar. Karelia tiene una cicatriz en la barbilla, se la menciono y cuenta que fue producto de un ataque tránsfobo: unos hombres la molieron a patadas y la golpearon con un tubo en la cara después de un show. Su mandíbula quedó partida y estuvo un mes sin comer y casi sin hablar. Después de rememorar eso, retoma su discurso.

— Yo tengo dos grandes sueños. El primero es terminar mis estudios, ir a la universidad y ser periodista y el otro es tener el comedor de los niños con sillas, mesas, darles enseñanzas, valores, un mensaje para que lleven una buena vida. Tengo unos amigos homosexuales menores que yo y les digo que ellos no saben nada, que la homosexualidad es dura, difícil, de llorar, de sufrir y a veces hasta de morir en el intento de ser homosexual, de ser trans. Si yo volviera a nacer sería homosexual de nuevo, pero no quisiera que la gente repitiera mi historia. Por eso les digo que se preparen, que los estudios van a ser lo más importante que van a tener en la vida, que así nadie los va a ver como mierda.

“No confundamos la ayuda humanitaria con política”

Son casi la una de la tarde y los niños de la zona están por llegar a retirar su almuerzo. La sala está limpia y en la entrada hay una cubeta plástica con agua para lavar las manos de los visitantes. También hay una botella con alcohol y un rótulo firmado por Javier H. donde se recuerda el uso de mascarilla. Ahora la Karelia azul y blanco, la mujer que le ha dicho sus verdades a la dictadura y que por eso se ha ganado el asedio de la policía hasta en su propia casa, toma la palabra.

— Una opositora me ofreció dos quintales de arroz y yo le dije que bueno, pero que no confundiera ayuda humanitaria con política. Porque esto que yo hago es de humanismo, de abogar por los necesitados. Entonces si vamos a hacer algo, no lo hagamos esperando algo a cambio. Nadie se puede lucrar de esto, que se olviden de esa payasada. Eso le dije y los quintales de arroz jamás llegaron.

Con esa anécdota, un poco de Lady La Vulgaraza se presenta.

— Además, ¡vos tuviste oportunidad de hundir a este cabrón! ¿Por qué te sentaste con un delincuente a dialogar? ¡Con los delincuentes no se dialoga! ¿Por qué no hiciste el paro de las empresas privadas si son el mayor capital de este país? ¡Y ahora no te querés unir! Ahora solo vos querés ser presidente. Qué les cuesta poner a uno solo, debemos estar unidos todos los que estamos en contra, seamos del partido que seamos. ¡Ya se te olvidaron los muertos, los presos políticos!

Las visitas empiezan a llegar. Un goteo lento y constante de niños y niñas desde pequeños de tres años hasta muchachos de doce. Se reúnen en el jardín exterior de la vivienda y Javier, como todos le llaman, los vigila mientras se lavan las manos y seguidamente los organiza en filas. La sala se llena pronto. Los niños se ríen, gritan y juegan, los conejos saltan en su jaula y Scooby dormita. Luego los comensales van pasando poco a poco al patio donde Catalina les sirve la comida en los platos y recipientes plásticos que ellos llevan. Karelia hace un Facebook Live de pocos minutos refiriéndose al almuerzo del día, recordando el evento del 30 de mayo y mostrando a los niños y los alimentos que van a consumir.

Cuando se van los niños, solo queda la sesión de fotos. Aquí se muestra la Karelia modelo. Posa, se ríe a carcajadas, bromea con el fotógrafo. Está tan cómoda que pareciera no sentir el sol sobre su piel. Dejamos atrás su humilde casita roja ubicada frente a un cauce y volvemos a adentrarnos en el laberinto de Pochocuape. Mientras camina por la calle principal, se gira y habla una vez más.

— Yo soy un influencer de los altos, mucha gente ha dicho que soy el primer trans escuchado y reconocido en Nicaragua. ¿Y sabés qué? Sí. Y todo lo he hecho yo solita.