20 09
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AnálisisNo es plata de ley todo lo que reluce en la colaboración entre la marca que hizo norma de la exclusividad en la moda urbana y la más popular de las joyerías neoyorquinas: lo que brilla de verdad es una operación comercial de muchos quilates. No diga bling-bling, diga win-win

Por Rafa Rodríguez

El día 11 del mes 11, a las 11 de la mañana, habrá sonado la última trompeta del apocalipsis streetwear. La última por ahora, que el del vestir callejero-juvenil es un fin de los días largo tiempo anunciado pero de nunca concluir. Hacer oídos sordos a su estrépito en esta ocasión tampoco va a ser fácil: se trata del siguiente capítulo de ese libro con el que la industria del lujo quiere hacer borrón y cuenta nueva de la indumentaria antisistema, reescribiendo su historia para hacerla encajar en la narración del capital. Comenzó en 2017 con la colección masculina del otoño/invierno de aquel año de Louis Vuitton. Repitió en 2019 con una edición especial de maletas Rimowa. Y hoy vuelve a las andadas involucrando a Tiffany & Co. Está visto que la circular que reciben los consejeros delegados de Louis Vuitton Moët Hennessy (LVMH) cada vez que tienen que hacerse cargo de alguna de las enseñas del grupo es siempre la misma: si da problemas, llama a Supreme.

Se ha dicho: el espacio que habita el negocio de la moda actual es una invención de la marca de culto streetwear neoyorquina. La concepción del producto como merchandising, la obsesión por las colaboraciones y el marketing de la anticipación llevan su sello. Si las etiquetas de exclusivo prêt-à-porter (de Celine a Burberry, pasando por Gucci, Balenciaga o la propia Louis Vuitton) andan estos días enrocadas en el drop, la venta espaciada y con cuentagotas de sus colecciones, y firmando toda clase de ententes entre sí es solo por ella. Cierto que no ha inventado nada de eso –su primera colaboración, con Nike, se remonta a 2002, mientras que el drop y la cuestión de generar expectación alrededor de un producto son ideas desarrolladas por las firmas de ropa urbana japonesas a principios de los noventa–, pero con su particular evangelio de la religión que, desde finales de los años setenta, uniforma las subculturas juveniles nacidas en California al calor del surf y el monopatín, parece haberles dado carta de naturaleza. Normal que ante la necesidad cada vez más imperiosa de alcanzar a esas nuevas generaciones de consumidores para los que la autenticidad cotiza por encima de cualquier facturación multimillonaria, el lujo recurra a Supreme como comodín del público.

La jugada que se acaba de marcar Tiffany & Co. es, en ese sentido, de manual. Propiedad al fin de LVMH desde el pasado enero, tras un intenso tira y afloja cerrado en 13.500 millones de euros (un 2,6 por ciento menos de la oferta de compra inicial), la centenaria joyería de la Quinta Avenida está en pleno proceso de reconversión/lavado de cara. “Esta no es la Tiffany de tu madre”, reza el nuevo lema de su causa, una pirueta de branding que copó los titulares en agosto, cuando presentó la campaña ad hoc protagonizada por Beyoncé, Jay-Z, el legendario collar Tiffany Diamond y el cuadro Equals Pi de Jean-Michel Basquiat. La controversia se centró entonces en la pintura, fechada en 1982 y nunca expuesta, que tiene como peculiaridad un fondo de color muy similar al famoso azul Tiffany, ese tono turquesa que colorea los envoltorios de la firma: que menuda osadía, utilizar así la obra de un artista racializado y anticapitalista. Ahora se exhibe de forma permanente en la venerable localización de la joyería en el alto Manhattan. Detrás de tan sonada maniobra de marketing hay que notar la mano de Alexandre Arnault, el tercero de los hijo de Bernard Arnault, capo del principal conglomerado de lujo francés. El joven –aún no tiene los 30– ya dio cuenta de su ojo comercial como presidente de Rimowa, un talento que le ha valido el salto a la flamante joya de la corona del imperio paternal en calidad de director ejecutivo. Que haya vuelto a tirar de Supreme para pasar el siguiente nivel de modernidad/autenticidad no puede extrañarle a nadie. Tampoco que James Jebbia, fundador e ideólogo del santo y seña estético de la contracultura urbana, haya accedido.

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Conocida como la Chanel del streetwear, Supreme maneja en realidad los mismos códigos de exclusividad que el lujo desde sus orígenes. El producto limitado, la férrea devoción por lo que representa y el hecho de que siempre serán más aquellos que lo desean que quienes lo tienen. Lo único que lo distinguía eran sus principios éticos, un sistema de valores cimentado en la integridad, la individualidad y la independencia. Hasta que la entrada como socio equitativo de la multinacional de capital riesgo estadounidense The Carlyle Group, que adquirió el 50 por ciento de las acciones por medio millón de dólares en 2017, cambió la percepción de la marca. "Ya no tiene nada de underground, cierto, pero ahora es viral, como un meme gamberro que infecta el estatus, la semiótica y el decoro sociales con estética dadaísta, ironía posmoderna, desobediencia insolente y agudos subterfugios allí donde aparece. Un fallo subcultural en el mainstream", justificaba el crítico y comisario de arte Carlo McCormick hace un par de años, cuando la marca cumplió 25. La colaboración con Tiffany & Co. habría que entenderla, pues, como una transgresión, otro truco subversivo e invasivo, de impacto súbito. El marco elegido además para el debut de esta cápsula tampoco ofrece pérdida: la línea Return to Tiffany, una colección de llaveros y placas de identificación lanzada en 1966, originalmente chapados en oro de 14 quilates y grabados con la inscripción ‘Por favor, devolver a Tiffany & Co. New York’ para ayudar en caso de pérdida. Popular por por lo asequible de sus precios (9 y 11 dólares, costaban respectivamente las chapas oval y con forma de corazón), la línea ha ido sumando pulseras, cadenas y brazaletes, en versión plata esterlina a partir de finales de los noventa.

La colaboración Supreme x Tiffany & Co. abunda, precisamente, en la más accesible plata de ley –metal, por cierto, introducido para la moda por Elsa Peretti en las legendarias piezas que firmó durante su relación contractual con la casa joyera–, con mayor regusto urbano. No faltan los pendientes y el colgante con la chapa en forma de corazones, la pulsera de eslabones estrellados y el llavero (también en versión navaja). Como pièce de résistance, la chapa ovalada, ahora presentado en versión collar de perlas cultivadas. Todo grabado con la pertinente leyenda 'Please return to', pero con el logo rectangular de Supreme a continuación y el número 925, referencia a los quilates de la plata de ley. La proverbial camiseta blanca de la marca skater completa la jugada con otro guiño: el fondo del celebérrimo box logo cambia de rojo a azul Tiffany.

En cualquier caso, que nadie espere hordas de skaters en sudadera y pantalones culicados desayunando expectación frente a los escaparates de la más literaria y cinematográfica de las joyerías. Que sería bonito de ver, por supuesto; pero de nuevo es Supreme la que tiene la sartén publicitaria por el mango, así que la colección se va a despachar de acuerdo a sus reglas: en formato drop y a través de la web de la propia marca o en la de su único punto de venta ajeno autorizado, Dover Street Market (la muy exclusiva cadena de tiendas-concepto que opera Comme des Garçons). Antes, claro, había que registrarse online para conseguir turno de compra, adjudicado de manera aleatoria: las inscripciones se abrieron el pasado martes 9, también a las 11 de la mañana, y antes de acabar la jornada ya estaban desbordadas. Que muchas de las piezas cobradas van a comenzar a asomar esta misma tarde en el inevitable canal de reventa digital (de StockX a eBay), disparatadas de precio, no lo duda nadie.

Dime quién quieres ser esta temporada y te diré cuáles son las joyas de otoño-invierno 2021/2022 perfectas para ti

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Por María JoséPérez Méndez

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