Manuel P. Villatoro@VillatoroManuActualizado:
Mil y una veces rubricaron los redactores y corresponsales de ABC la palabra ‘blocao’ en las páginas de este diario. Raro era amanecer entre 1909 y 1925 y no desayunarse con una noticia en la que los citaban. Que si se ha levantado uno por aquí; que si se ha atacado otro por allá. Nada raro ya que, a principios del siglo XX, estos pequeños fuertes vertebraban los sistemas defensivos españoles en el norte de África. Eficientes y fáciles de construir a base de piedras y sacos terreros, ayudaron al Ejército a mantener los últimos reductos de nuestro maltrecho Imperio español en el Rif, que ya es decir bastante.
Sin embargo, tan cierto como que los ‘blocaos’ podían construirse a la velocidad del rayo en mitad del Rif, también lo es que adolecían de una serie de problemas que los convertían, en ocasiones, en una trampa mortal.
El mismo ABC así lo confirmó en un artículo publicado en 1921 bajo un titular tan claro como doloroso: «El caro e inútil ‘blocao’». En él, el famoso enviado especial Antonio Azpeítua confirmaba que su precio oscilaba entre las 30.000 y las 40.000 pesetas (una cantidad considerable para la época) y que impedía a los soldados en su interior «salir sin correr verdadero peligro para llevar a cabo tareas tan sencillas como hacer la aguada.
Pero vayamos por partes. ¿Qué era, allá por los inicios del siglo XX, un ‘blocao’? ABC también respondió a esta pregunta en un reportaje publicado el 26 de agosto de 1909. En el mismo se especificaba que el término provenía de la fusión de dos palabras germanas: ‘block’ –pedrusco o tronco– y ‘hause’ –casa–. Aunque su origen último es español, pues fue Bernardino de Mendoza quien presentó a Felipe III «una forma de ingenios de madera y ciertos tornillos con los que se podía armar en muy breve espacio de tiempo un [fuerte], siendo fabricado por maderos pequeños que se pueden llevar en cualquier bestia y no de mucho volumen y embarazo al armarse y desarmarse».
Los autores de ambos reportajes coincidieron en definir los ‘blocaos’ como una caseta de madera, con tejado de chapa ondulada, cuyas paredes se revestían de sacos terreros capaces de detener el fuego de fusilería enemigo. Aunque fue el periodista de 1909 quien más se prodigó al indicar que solían tener un único piso y que, cuando en casos extraños, se añadía un segundo, era con el objetivo de que la unidad destinada en su interior hiciese fuego desde un punto elevado. «Según el lugar que este ocupe y las armas de que disponga el enemigo, se construye con más o menos solidez, aunque siempre superior a la penetración de las bajas de fusil», añadía el periodista en el texto.
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Tan solo se les olvidó indicar algo que recalcan Juan García del Río y Carlos González Rosado en ‘Blocaos. Vida y muerte en Marrueco’ (Almena): en principio, la pared de la mayoría de los blocaos se reforzaba en su parte más baja con varias hileras de piedras. Sin embargo, esa práctica dejó de llevarse a cabo por lo engorroso que era y el tiempo que retrasaba la construcción. Estos divulgadores españoles recalcan también que se necesitaban 75 sacos terreros por metro lineal de parapeto para fortificar las posiciones más comunes, mientras que esta cantidad aumentaba hasta el centenar en los ‘blocaos’. «En la práctica, los más pequeños, de 4 por 4 metros, exigían 1.600», completan.
Aunque los ‘blocaos’ más humildes apenas contaban con una sala, los de mayores dimensiones podían contar con tambores para ametralladoras, pozos de agua, cocina o una pequeña cabaña dedicada a las comunicaciones y a guardar vituallas. En la mayoría, sin embargo, el líquido elemento brillaba por su ausencia y era necesario hacer a diario la ‘aguada’ o búsqueda de agua en las fuentes cercanas. La máxima, con todo, era valerse del ingenio. Eso hizo que se empezara a dejar una pequeña abertura en los tejados de chapa para recoger la lluvia. Y es que, en el desierto cualquier idea era válida para aprovechar los recursos naturales.
Una vez levantado el edificio principal, la guarnición –entre doce y veinte hombres– se dedicaba a excavar letrinas en la parte posterior y a levantar una pequeña alambrada. Según Azpeítua, esta apenas servía «para colgar la ropa», pero lo cierto es que podía evitar más de un disgusto a los militares españoles. Así lo corroboran los autores españoles en su obra, donde remarcan su utilidad a la hora de frenar los avances enemigos. En lo que sí están de acuerdo con el periodista es en la gran cantidad de material que era necesario para construirlas: «Para la construcción de un ‘blocao’ de 4 por 4, se necesitaban 1.500 metros de alambrada, 60 estaciones y 4 kilos de grapas».
Durante años, los ‘blocaos’ fueron ubicados en zonas clave para el avance español en el Rif. Desde las afueras de kábilas amigas a las que se pretendía proteger, hasta caminos por los que transitaban convoyes. A bote pronto parecían baratos de fabricar –solo hacía falta arena y sacos para construirlos–, rápidos de levantar y ofrecían una posición de relativa seguridad desde la que hacer fuego. ¿Por qué, entonces, el reportero de ABC cargó contra ellos? Por varias causas. La primera, que solo contaban con una puerta. «La guarnición no puede salir sin correr grave peligro, pues nada es más fácil para los moros que tener enfilada la única puerta de la que disponen».
La segunda pega que reseñó Azpeítua fue su alto coste, entre 30.000 y 40.000 pesetas. Un dinero que, unido a la escasez de material y a la falta de tropas, hizo que se construyeran muy separados unos de otros. En la práctica, y tal como quedó demostrado durante el desastre de Annual en 1921, eso permitía al enemigo rodear la posición y esperar hasta que la guarnición se rindiera de hambre y sed al no poder llevar a cabo la ‘aguada’. El periodista de ABC incidió sobre ello en su texto:
«Desde luego que el sistema de ‘blocaos’ garantizará la tranquilidad de Marruecos. Ei día que tengamos un ‘blocao’ pegadíto al otro cubriendo la llanura, y el monte, y la ladera, y el valle, la zona estará totalmente segura. A ello sólo se opone una cuestión de números: los cientos, los millares de blocaos que tenemos hoy, consumen tres cuartas partes del Ejército de ocupación, y ocupan el resto en su aprovisionamiento. Ahora bien; como todavía queda más del 60 por 100 del territorio sin ocupar, necesitaremos triplicar el número de soldados y la cantidad de millones para llegar a ese ideal de pacificación, que poco se diferencia del proyecto que consiste en vigilar cada moro con una pareja de la Guardia Civil».
El reportero fue más que tajante. Además de vaticinar lo que ocurriría tras el ascenso de Abd el-Krim, confirmó que los ‘blocaos’ tan solo servían para inmovilizar a las escasas fuerzas con las que contaba España –pues condenaban a la retaguardia a cientos de hombres– y multiplicaban el número de caravanas que había que organizar desde los campamentos centrales. «El papel que le asignaron al ‘blocao’ era la protección de caminos entre posición y posición. Pero todos los días salen de las posiciones fuerzas de Infantería y Caballería para garantizar la propia comunicación con el ‘blocao’. Es decir, un guardián que necesita que le guarden», añadió. Y volvió a acertar.
Azpeítua también criticó el pésimo planteamiento estratégico de los ‘blocaos’. Y es que, al estar tan alejados unos de otros, resultaba imposible al ejército español socorrer a aquellos que hubieran sido cercados: «Cuando una partida enemiga, que nunca baja de sesenta hombres, ataca a un ‘blocao’, es milagroso que sus defensores puedan resistir hasta que la columna que sale de la posición más próxima llega a socorrerles». El final del artículo era igual de claro: «Por lo expuesto queda demostrada la inutilidad del caro ‘blocao’. No obstante, todos los días se ponen nuevos y, cuando escribimos esta carta, los ingenieros, protegidos por Regulares, están levantando otro». No se le puede negar su capacidad analítica, pues poco después este sistema de fortines demostró su inutilidad palmaria durante el avance rifeño tras el Desastre de Annual.
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