A la condesa siempre la unió su interés por la moda su amistad con diseñadores como Ives Saint Laurent. / instgram
Como Beatriz Borromeo, la mujer de Pierre Casiraghi, Jacqueline de Ribes es condesa, pero no cree en los títulos ni en vivir de ellos. Ella es inventora del estilo, descubridora de grandes modistos como Valentino Garavani cuyos diseños vistió muy pronto, y clienta y musa de Yves Saint Laurent y Jean Dessés.
Es la orgullosa superviviente de un mundo que ya no es como ra pero que sigue deslumbrando: el de los bailes de disfraces con la duquesa de Windsor, Wallis Simpson, el de los tres meses de esquí al año y el de las pruebas minuciosas con Christian Dior. Sin embargo, los vestidos, no lo cuentan todo sobre ella. Hay algo que tiene que ver con la irreverencia con la que utilizaba la ropa, mezclando y combinando piezas de manera extravagante, acumulando accesorios e incluso cortando y uniendo prendas diferentes para reflejar su estado de ánimo. Desde su casa de París, sigue fascinando.
A la condesa siempre la unió su interés por la moda su amistad con diseñadores como Ives Saint Laurent. / instgram
Desde el momento en que de Ribes entró en la sociedad francesa, fue celebrada por su estilo inimitable. Se convirtió en vizcondesa en 1948, cuando, a los 18 años, se casó con Édouard de Ribes, un ex soldado que provenía de una familia de financieros ennoblecidos. Édouard, que era seis años mayor que Jacqueline, se acercó a ella en un almuerzo en la casa de un amigo en San Juan de Luz. Se enamoró rápidamente de Jacqueline. «Después de eso, me siguió a París porque tenía exámenes», contaba ella. «Nos conocimos en julio y nos casamos el siguiente febrero».
La pareja vivía en un ala de la casa del siglo XIX de la familia de Édouard, en París y, a pesar de su juventud, cenaba con smoking de lazo y traje de noche y observaba todos los rituales de la vida aristocrática. Pero Jacqueline también provenía de una vida de privilegio. Su padre, el conde Jean de Beaumont, había ayudado a construir el banco Rivaud, y su madre, Paule, era una escritora e intelectual que traducía a Tennessee Williams y a Ernest Hemingway.
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Sin embargo, la riqueza de la familia no protegió a Jacqueline de lo que ella describe como una infancia difícil marcada por las duras realidades de vivir en la Francia ocupada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. «Vi cómo se llevaban a mi institutriz inglesa a un campo de trabajo», recordaba Ribes. Ella y su hermana se criaron junto a su abuelo materno, el conde Olivier de Rivaud de la Raffinière en la costa vasco francesa.
Los retratos de Jacqueline se hicieron famoso, como este con Raymundo de Larrain realizado por Richard Avedon / instagram
El conde tenía castillo, yate y caballos de carreras. Cuando murió, Jacqueline y su hermana se quedaron en Hendaya a cargo de una niñera, poco antes de la invasión alemana. Sus padres decidieron entonces alojarlas en casa de unos amigos hasta que pudieron regresar a París. Pero en su hogar encontró poco afecto. «No me crié en una familia que me dijera que era hermosa, todo lo contrario», ha dicho. «Pensaba que tenía una nariz demasiado grande y muy puntiaguda. Mi madre, durante años, me dijo, además, que no sabía caminar». Pero los rasgos de Ribes –sus pómulos altos, su cabello oscuro, grueso y voluminoso, sus cejas cinceladas como las de Marlene Dietrich, y su nariz– cautivaron al mundo.
Quizá por eso encontró consuelo, desde muy joven, en la fantasía y la teatralidad de la moda. Recuerda haber montado, a los nueve años, una obra de teatro en toda regla, con vestuario incluido, para su abuelo Olivier de Rivaud de la Raffinière. Otras veces usaba sábanas para confeccionar vestidos de estilo griego. Disfrutaba con las puestas en escena.
Incluso después de su matrimonio con Édouard y el nacimiento de sus hijos (una hija, Elisabeth, que nació un año después de su boda, y un hijo, Jean, que llegó unos años después), de Ribes continuó con su interés en las artes escénicas. Llevó la producción internacional del prestigioso ballet del marqués de Cuevas. «Yo amaba el ballet y el teatro» dice ella. Pero Édouard y su familia estaban desconcertados por su deseo de trabajar. Pensaban que tenía otras cosas que hacer en lugar de pasar las noches en un teatro viendo los ensayos. Pero ella no quería ser la típica condesa, cuidando la casa y organizando cenas. Nunca le interesó.
Vídeo.audrey Hepburn: ella lo llevó antes
Diana Vreeland, entonces editora de moda de Harper's Bazaar, fue una de las que reconoció la inusual belleza de De Ribes. En 1955, Vreeland le pidió a Richard Avedon que la fotografiara. Una de las imágenes que salieron de esa sesión pronto se convertiría en un icono: en blanco y negro, de Ribes con su pelo recogido y trenzado, su largo cuello extendido, su perfil singular realzado por su nariz, que Avedon llamó «perfecto». La foto apareció en el libro de Avedon de 1959, «Observations», para ilustrar un ensayo de Truman Capote sobre lo que él llamaba los «nuevos cisnes« de la sociedad, junto a Gloria Vanderbilt, Babe Paley, Marella Agnelli y sus otras musas jóvenes y elegantes que emergían en la escena social internacional.
De Ribes se quedó desconcertada. «No vi lo que tenía de excepcional », dice. «No me gustaba a mí misma. No lo entendí». Su familia tampoco estaba encantada con las fotos. No les gustó la idea de que la fotografiaran. No encajaba con el tipo de educación aristocrática que había que tener para guardar la discreción. Aunque su marido siempre se sintió orgulloso. Además, a De Ribes le molestaba la descripción que hacía Capote de los «cisnes», mujeres que vivían de sus maridos y familias. «Es una palabra preciosa, y la idea de la mujer como el cisne de cuello largo, navegando tranquilamente sobre el agua, es muy elegante, pero muy cínica», ha explicado. «Los cisnes de la época de Truman Capote no hacían nada. No funcionaban. No luchaban por la vida. Eran hermosos, y estaban hermosamente vestidos. Pero no creo que nadie deba soñar con ser un cisne siguiendo las reglas de Capote ».
De hecho, De Ribes no se conformó con vivir y vestirse como una musa de la alta sociedad. En 1982, inició una línea de moda con su propio nombre. A lo largo de los años, había experimentado con la idea de diseñar para otros e incluso trabajó brevemente con Oleg Cassini y Emilio Pucci. El negocio, sin embargo, no duró. A mediados de la década de los noventa, después de una dolorosa operación de espalda se vio obligada a cerrarlo. En 2010, recibió la legión de Honor de manos del presidente Nicolas Sarkozy. En los últimos años ha demostrado que la belleza va más allá de la pura costura y del físico con su dedicación a campañas humanitarias a favor de las mujeres o para proteger la isla balear de Espalmador, un lugar privilegiado de paso de aves migratorias. «Si hubiera vivido solo ocupándome de mí misma, no lo habría podido soportar», dijo en una ocasión.