Por Wes Gordon
Nunca había estado tan convencido de lo mucho que nos hace falta la moda. Los diseñadores cuentan historias y celebran la vida, tiñen de colores brillantes un día que, de lo contrario, sería gris. Por eso disfruto siendo el director creativo de Carolina Herrera, una casa hacedora de magia y de sueños. Soy de los que piensan que la moda es fantasía. Creo que una mujer puede sentirse más fuerte, más segura de sí misma, más poderosa, con la vestimenta apropiada. Y nosotros, como marca, celebramos a todas las mujeres.
La señora Herrera fundó su firma en 1981, cuando la presentó al público en el Metropolitan Club en Nueva York, por lo que este año celebramos su cuarenta aniversario. Fue ella quien inventó la mezcla entre la ropa de lujo y las prendas más asequibles porque, igual que vivía en una casa en Park Avenue, acostumbraba a cenar en Indochina con Basquiat. Cuando aterricé en esta marca me puse a revisar los archivos para tratar de capturar aquella exuberancia, aquel drama, aquel glamour sin reservas. Los hombros, las mangas, los pendientes, los zapatos de tacón. Y es un orgullo poder decir que, desde aquel momento en 1981 hasta hoy, hemos defendido, firmemente, una misma creencia, cada día y para siempre: hacer que las mujeres se sientan completamente felices. Sacarles una sonrisa y hacer su vida más bella. Una misión que es ajena al tiempo. Porque, si bien es cierto que la señora Herrera emprendió este viaje hace décadas, ¿cuándo ha importado más que ahora la ropa capaz de levantarte el ánimo cuando te miras en el espejo o sales por la puerta? Cuando volvemos a salir y a disfrutar del mundo, después de un año tan difícil, deseamos que Carolina Herrera te dé ese pequeño empujoncito con prendas que te hagan sentir guapa, glamurosa, lista para lo que sea.
Conozco a muchas personas de mi edad que tienen miedo a la palabra ‘elegancia’. Al oírla les evoca algo anticuado, formal en exceso o demasiado serio. Pero, para mí, la elegancia no es eso. No es ninguna palabrota. No entraña rigidez ni protocolo. Es algo atemporal, sin edad. Es disfrute. Es sentirse arreglada, bien vestida, con ganas de más, siempre preparada. Pero también es diversión, sonrisas y alegría de vivir. Es lo que ves en las páginas de Vogue España (de ahí que en Herrera nos sintamos siempre tan a gusto en esta cabecera). Pase lo que pase en el mundo, las mujeres quieren sentirse seguras de sí mismas, modernas, controlando la situación. Eso es para mí la elegancia: es sentimiento, insinuación, fortaleza, optimismo. Mi objetivo siempre ha sido hacer realidad mis ideas, mis fantasías y mis sueños. Amo la luz, la felicidad, la belleza, los colores fuertes. Y es que en los últimos cuatro años, la casa ha empezado a identificarse con el color, aunque este ya era parte de nuestro patrimonio, basta con mirar el retrato que le hizo Andy Warhol a la señora Herrera. Labios rojos, pendientes grandes y el pelo amarillo. Cuando todo Nueva York va vestido de gris pizarra, negro y beis, nuestra mujer va de fucsia y naranja encendido. Lo que quiero diseñar en Carolina Herrera son cosas bellas que levanten el ánimo. Usar colores puros, saturados, vibrantes, estampados grandes y prendas alegres que celebren la vida.
Cuarenta años es mucho tiempo, y se hace raro incluso pensar que los valores que alzaron esta marca en 1981 siguen gozando hoy de la misma relevancia. Pero también me consuela: aunque el mundo se transforme a veces tan rápido a nuestro alrededor, hay cosas que nunca cambian. El poder de un look bonito, de verte lo más guapa posible, importaba antes y seguirá importando así pasen 40 años más. De eso no me cabe la menor duda.
Por Mayte Salido