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Amadeus Raven, autor de ‘Luciérnagas las palabras’: “Quería escribir un libro trascendente, que perdure en el tiempo”

Acaba de presentar su segundo libro, Luciérnagas las palabras. Se compone de varias partes, una de poesía en la que se percibe una voluntad clara de ruptura respecto a su primera obra, Mar de la tranquilidad…

Más que una evolución respecto al primero, yo diría que es una revolución. Mi primer libro estaba hecho con las tripas y Luciérnagas las palabras está hecho con la cabeza; el primero es una recopilación de lo que estuve escribiendo durante muchos años y el segundo está planificado. Es una especie de artefacto literario preparado para explotar de distintas formas según se vaya tocando en distintas teclas. Y yo quiero que sea así: una especie de mecanismo que pueda llegar a despertar distintos tipos de sensibilidad. Estoy buscando lectores, y estoy convencido de que Luciérnagas las palabras puede tener lecturas interesantes para cierto tipo de lectores. Mar de la tranquilidad era, sobre todo, poesía de desamor, mientras Luciérnagas las palabras toca temas que pueden interesar a más personas: desde el amor hasta la soledad, la lucha por la superación personal, el paso del tiempo, la soledad… También recoge ciertas aficiones mías, como el cine o uno de mis temas favoritos, la conquista del espacio, que es la sección con la que se abre el libro.Amadeus Raven, autor de ‘Luciérnagas las palabras’: “Quería escribir un libro trascendente, que perdure en el tiempo” Amadeus Raven, autor de ‘Luciérnagas las palabras’: “Quería escribir un libro trascendente, que perdure en el tiempo”

Luciérnagas las palabras se escribe desde un Mar de la tranquilidad al que se llega desde una marejada previa, marcada, como dice, por el desamor.

El título de ese libro es muy irónico. Mar de la tranquilidad también es un homenaje al espacio, porque es donde aterrizó el Apolo 11. Y me encanta ese nombre…

Sin embargo, en Mar de la tranquilidad no hace referencias al espacio.

Pero sí hago referencia a la superación. El proceso que da lugar a Mar de la tranquilidad es terrible: son muchas las corrientes que confluyen en ese libro, que se edita en 2017. Para llegar a él recopilé muchas cosas de mi vida, de mi pasado, y les di un sentido: es una especie de catarsis en la que rompo con todos mis demonios e intento llegar a un ‘mar de la tranquilidad’. Escribir un libro era una de mis máximas aspiraciones, igual que para el hombre lo era llegar a la Luna. Esa simbología me gustaba mucho. Luego, cuando terminé Luciérnagas las palabras, volví a Mar de la tranquilidad para reeditarlo, porque se agotó y, releyendo, había cosas que no me gustaban. Necesitaba revestir ese sentimiento de nuevos ropajes. Y me costó mucho: revisitar lo que tú eras hace tres años es muy jodido, sobre todo cuando lo has dejado por escrito.

Pero Mar de la tranquilidad se había gestado mucho tiempo atrás…

En 2017 todas esas corrientes se juntaron en un libro. Y en 2020 o 2021 vuelves a 2017 y no estás contento con lo que has escrito. Esta edición está muy retocada, hasta que llega un momento en que decides no retocar más porque, si no, no va a ser el mismo libro. Pero hay modificaciones, amputaciones, quito esto, pongo esto porque es como yo me siento ahora, aunque tratando de no adulterar el origen.

De hecho, deja claro en la portada que es una edición ampliada, revisada y definitiva.

Ya no la toco más (ríe). Me sigue pareciendo un libro imperfecto, pero ahora es una imperfección con la que me siento a gusto.

¿Está seguro de que no lo va a volver a tocar?

No, porque me costó mucho llegar a la imperfección que es ahora. Creo que hay etapas de tu vida que tienes que cerrar, y ahora me siento a gusto. Es como cuando te ves en una foto antigua y te fijas en ese pantalón pasado de moda, pero es que ese eras tú entonces. Y ya está. Te plantas ahí, lo modificas un poco, te metes muy a fondo con unos poemas y otros los dejas igual, y ya afrontas una nueva etapa, que es totalmente distinta.

Con Luciérnagas las palabras, ha dejado atrás la primera referencia literaria de su primera obra, Garcilaso, para encontrarnos con todo tipo de influencias: desde Bob Dylan hasta Vetusta Morla, Amy Winehouse, Quevedo, Boris Vian, Margot Robbie…

Hay mucho homenaje a mis lecturas. Intento jugar con las citas. La alusión a Vetusta Morla es una cita de la canción ‘Valiente’. Ese poema es un padrenuestro a Sheldon Cooper, y lo precedo con un ‘Disculpad mi osadía’ por si algún católico se siente ofendido. Apelo a algunas personas que quizá no entiendan la ironía y crean que ataco la religión, porque no ataco a nadie. Pero siempre juego mucho con que la cita preceda al poema y la gente le dé vueltas, porque nada está escrito por casualidad. No hay una sola letra ni una sola coma que no tenga su razón de ser.

También hay un homenaje al ‘If’ de Rudyard Kipling…

Kipling no me gusta mucho como poeta, pero ese poema es muy bonito y quise rendirle un homenaje. En cuanto a La espuma de los días, es una obra maestra que puedes leer todas las veces que quieras; es un libro deslumbrante. Cuando estudié Filología Hispánica, hicimos una obra de teatro sobre él y me deslumbró. Es un libro súper poético, súper caótico también, terrible. Y otra novela de Boris Vian que me ha influido mucho es Escupiré sobre vuestra tumba, una novela negra brutal, descarnada, terrible. Solamente con esas dos obras, Vian se ha convertido en uno de los grandes prosistas del siglo XX, aunque aún no ha sido suficientemente reconocido. Y no es fácil leerlo.

No, no lo es.

¿Sabe con qué libro me pasa eso, que me cuesta mucho leerlo, y es una obra maestra y uno de los escritores más brillantes? Con La Metamorfosis. Es un libro terrible. Kafka tiene una sensibilidad que es hasta enfermiza, y lo que escribe es tan sencillo, pero lo que hay detrás es tan terrible que a mí me traspasa. Tienes que estar muy fuerte anímicamente para leer La Metamorfosis.

Leyendo sus obras, parece más cómodo expresando el desamor que los temas existenciales…

Amadeus Raven, autor de ‘Luciérnagas las palabras’: “Quería escribir un libro trascendente, que perdure en el tiempo”

¿Sí?

El desamor es un tema presente en toda su obra. Hay una evolución, eso sí, desde esa mujer inalcanzable de Mar de la tranquilidad hacia los matices de Luciérnagas las palabras…

Cuando un poeta es feliz, no escribe. Yo cuando más inspirado estoy es cuando no estoy feliz; cuando tengo una felicidad absoluta, no escribo, no me salen las palabras. Cuando me preocupan las cosas, o tengo un problema personal, un problema del alma, un problema humano, es cuando me salen. En el fútbol, por ejemplo, las imágenes más terribles son las del equipo que pierde: gente llorando, por el suelo… A mí me conmueven más los perdedores; la alegría chabacana del que gana no me conmueve nada. Anna Karenina, que es una de las mejores novelas de todos los tiempos, comienza así: “Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera”. Y es así. La manifestación de la tristeza es distinta en cada uno. Yo, cuando estoy en un estado de exaltación anímica y estoy feliz, siento como una especie de dopamina que hace que me centre en disfrutar. Sin embargo, cuando sufres algún problema personal o alguna sensación que te traspasa humanamente, es cuando fluye y te reconcentras en esa situación. Es en esos momentos cuando me peleo con las palabras. Me gusta la idea de lo inefable, lo que no se puede expresar, y muchas veces las palabras se pelean por expresar lo inefable: tienes que juntarlas para que, dándoles una determinada forma, hagan ‘clic’ y logres transmitir al lector aquello que tú sientes. Por ejemplo, la muerte de mi padre, en 2010, me bloqueó mucho, pero el poema que le dediqué me salió solo. Mi padre no era creyente y tiramos las cenizas al viento en su pueblo. Y la frase final de ese poema tiene mucho que ver con cómo yo sentía a mi padre: es que no puedo o no quiero llorarle porque tiene camposanto, pero no tiene tumba: juego mucho con esa idea de un padre que ya no está y no hay un sitio donde llorarle, ni lo quiero. Los cementerios me parecen sitios terribles; creo que no deberían existir.

¿Y ha conseguido hacer clic muchas veces con las palabras para expresar lo inefable?

Eso lo tienen que decir los lectores.

Pero un mismo poema puede tener un significado distinto para cada lector.

Es lo que quiero. Tú puedes leer un poema, abrir el ibro, sumergirte en él y en una determinada frase no te llega, pero te llega en otra. Por eso intento dar a mis versos varias ‘capas de pintura’. De hecho, las grandes obras de la literatura tienen que ver con la variedad de registros y de interpretaciones que admiten. El Quijote, por ejemplo, puede leerse de muchas formas: puede ser la obra más profunda del mundo o un simple libro de humor. Tiene muchas capas, y en la poesía, más en Luciérnagas las palabras que en la obra precedente, intento imprimir muchas capas. Incluso a la parte amorosa trato de darle un barniz de ironía. La gente no se da cuenta, pero hay mucha simbología religiosa en todo lo que escribo. Todo el tema de la religión cristiana me fascina en lo que tiene que ver con la ceremonia. Uno de los ritos más fascinantes me parece la elección del Papa: se meten en el cónclave, cierran la puerta, ‘extra omnes’, fuera todos; tiene que venir el espíritu santo, se supone; se hacen las votaciones, fumata blanca, fumata negra, luego sale el Papa… Me parece fantástico todo ese evento a nivel ceremonial. La misa me parece muy fascinante, porque ese ornato, esa simbología (el cuerpo de Cristo en la comunión), las otras religiones no lo utilizan. La religión católica es enormemente sensorial: te comes el cuerpo de Cristo, mientras que la religión musulmana tiene prohibidas las imágenes. Y la religión cristiana se recrea en la muerte, en los pasos, la sábana santa, el cadáver sangrante de Cristo, de Dios que se muere por ti… Es muy carnal, y esa carnalidad me llama mucho la atención, independientemente de otro tipo de interpretaciones.

Hay referencias a muchas manifestaciones culturales, también contemporáneas. El espacio, Amy Winehouse, Sheldon Cooper… son lazos que tiende al lector a cada paso para conectar con él.

Estoy buscando lectores afines, y sé que lo que yo escribo no es fácil. Tienen que tener cierto nivel cultural. Yo sé qué tipo de lector estoy buscando. Hay alguna concesión, como en el poema de Arganda, pero en general estoy buscando un tipo de lector culto, porque es como yo me siento a gusto. Quiero establecer complicidades, que la mía sea un tipo de poesía moderna relacionada con las cosas que me interesan; no es una poesía comercial, de estas que se recitan en los pueblos. Sé lo que quiero y quería escribir un libro del que me sienta orgulloso dentro de diez años, sin retocarlo más.

¿Y cómo casa eso con la sociedad de consumo?

Muy ‘malamente’. Yo sé que mi libro de poesía no es fácil: hay gente a la que le gusta mucho y otra que me dice ‘No te entiendo cuando escribes’. De hecho, “es que escribes un poema que se llama ‘quevediano’ y luego otro que se llama ‘antiquevediano’”. Claro: es que es a propósito. Van conectados, e incluso el final de Luciérnagas las palabras es un poema, una miniobra de teatro que se llama ‘Margot Robbie’, que es una actriz que me encanta, y simboliza la muerte que viene a buscar al poeta y se disfraza de ella, y el final es que te lleva al Mar de la Tranquilidad, enlazando directamente con el libro anterior. Son claves de lectura. De hecho, el poema con el que empieza la novela negra, que aparece clavado en el ojo de la protagonista, es uno de los de Luciérnagas las palabras, con algunos cambios para crear juego en la trama. Incluso la parte final, los microrrelatos, son otro juego con el lector. El microcuento más famoso de la historia, de Augusto Monterroso: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”, es muy evocador. Hay un relato que se llama Faltas de ortografía que termina con una falta de ortografía. Ese tipo de guiños me gustan. El relato Electra 10 es un guiño a Blade Runner y a los replicantes; es una replicante que no sabe que lo es. Todos esos guiños los hago para quedarme a gusto, pero no todo el mundo los va a captar.

Para eso hay que haber leído mucho y visto mucho cine…

Hay muchas influencias. El poema que viene encabezado por Bob Dylan es un homenaje a la película ‘Huracán Carter’ y la canción de Bob Dylan ‘Hurricane’, y tiene mucho que ver con la superación personal de poder con tus enemigos. El ‘Cantar del destierro’ es un homenaje al Poema del Mio Cid, donde doy una vuelta irónica a los primeros versos de la literatura española: es la persona que ama que mira a la persona que lo rechaza y se va, es decir, que le destierra. Ese tipo de juegos siempre tienen una clave oculta que no todo el mundo puede pillar; si rascas, siempre encuentras una capa, y otra, y otra… Porque escribir un poema de quince o veinte versos no es fácil. A mí me cuesta y está todo muy pulido. De hecho, cuando terminé Luciérnagas las palabras, pensé que no quería que me pasara como con Mar de la tranquilidad, que dentro de cuatro años lo lea y no esté a gusto.

De momento, se ha embarcado en una novela negra por entregas, El poeta...

Sí, y me está trayendo muchos quebraderos de cabeza.

Aunque no haya acabado de publicarla, ¿la tiene terminada ya?

Me falta pulir unas cuantas cosas, pero me estoy arrepintiendo bastante de haberla publicado por capítulos. Creo que funcionaría mejor como un libro completo.

Pero se convertirá en uno…

Sí, pero quizá no haya sido la mejor idea subirla por capítulos, porque la gente se puede desenganchar. La verdad es que al principio me pareció bonita la idea de una novela por entregas, como se hacía antiguamente, pero la gente a veces no se fía de las descargas, aunque sea totalmente seguro. Mi página es totalmente segura y tengo ya bastantes descargas de capítulos, pero veo que a la gente le cuesta. Y pregunta cuándo voy a subir el siguiente, y a veces dicen que entre un capítulo y otro se les olvida… Pero bueno, a lo hecho, pecho.

¿Y por qué le está costando tanto escribirla?

Un poema es un ‘sprint’, mientras que una novela es una maratón, una carrera de fondo. Y me está costando bastante porque los personajes están muy perfilados; tienen gran riqueza y se están desarrollando, y tienen mucho recorrido, Y luego hay otros que van a ir apareciendo. Pero cuesta mucho mantener la tensión, porque no quiero basar la novela solo en un hilo argumental, sino que los personajes tengan mucho peso. Eso me preocupa mucho. No sé si lo conseguiré, pero quiero que cada personaje esté muy pulido, destaque y tenga entidad propia. Sobre todo porque, si al final llego a donde quiero llegar, que no sé si voy a ser capaz, habrá una segunda parte del libro. Por lo menos, me gustaría.

Al subirla ‘online’, está recibiendo la respuesta de los lectores al mismo tiempo que la sigue escribiendo. ¿Eso ayuda al proceso creativo?

Procuro no preguntar. De hecho, me gustaría preguntarle qué piensa, pero no quiero porque a lo mejor me influye [ríe]. Algunas personas te lo dicen. Por ejemplo, hay quien me dice que he empezado muy fuerte, pero quería impactar. También es un experimento. El salto a la prosa es otra vuelta de tuerca.

En su obra hace varios guiños a Arganda del Rey, su ciudad. De hecho uno de los sonetos ganó el certamen de poesía ‘Ciudad de Arganda del Rey’. ¿Se había presentado antes?

No. De hecho, no lo tenía previsto. Pero me presenté y lo gané. De hecho, me presenté a la poesía y a la prosa, en este último caso con el relato de las faltas de ortografía. Y gané el primero, con el soneto. Me había hecho ilusiones de ganar con la prosa…

¿Por qué?

Porque creo que, a nivel artístico, tiene más valor el relato de las Faltas de ortografía que el poema. Quevediano, el soneto, es un homenaje al siglo XVII, al simbolismo de la amada, del amor cortés, del poeta entregado a la amada… Pero creo que no es mi mejor soneto, en absoluto. Me gustan los sonetos, pero escribirlos es una tortura, si quieres que esté bien. Y es un soneto que estaba buscando un reconocimiento público: quería que le gustara a la gente.

Pero si no le convencía a usted, ¿por qué no presentó otro?

Porque era un soneto por la Semana Cervantina y un homenaje al siglo XVII, y tenía en la cabeza hacer algo relacionado con el voseo… Y me dije: ‘Voy a darle forma’. Antes de saber que existía el concurso, tenía pensado escribir algo relacionado con Cervantes, pero Cervantes es un poeta terrible: el mejor poeta de la literatura española es, con diferencia, Quevedo, pero es un poeta muy difícil.

Su primera obra comienza con guiños a Garcilaso…

Garcilaso es un poeta que tiene versos más populares, y hubo una época de mi vida en la que me gustaron mucho. Pero, según vas envejeciendo, te va impactando más Quevedo.

Otra evolución.

Bueno, mi poeta favorito, cuando tenía 17 años, era Bécquer. Pero al final, cuando creces, Bécquer se te queda un poco corto y buscas algo más de trascendencia. Y esa trascendencia la tienes en Quevedo, que es un poeta muy poderoso, sobre todo cuando habla de la muerte, del paso del tiempo… pero también cuando es atroz y ferozmente crítico, muchas veces misógino. Pero es un poeta muy potente, que traspasa.

¿Ha dejado de escribir poesía mientras avanza con su novela?

No. De hecho, en Instagram estoy intentando potenciar la página, y me doy cuenta de que la poesía funciona mucho en esta red social. Y hay dos poemas nuevos que no están en los libros: uno se llama ‘Al olmo de Machado’ y otro, un poema relacionado con una enfermedad degenerativa que tenía mi madre. Y hace poco, hicimos una sesión de fotos en el parque del Retiro, que me encanta, y estoy escribiendo algo sobre este lugar. Pero me cuesta mucho cambiar el ‘chip’ de la poesía a la prosa y viceversa.

¿Por qué Amadeus Raven?

Actualmente no es un seudónimo del que me sienta muy orgulloso. Es un homenaje a Mozart y a Poe. Edgar Allan Poe tenía un poema gótico muy famoso, que me gustaba. Y mi seudónimo suena así, un poco gótico, como de cómic, Amadeus Raven… Juntar estas palabras suena bien, suena eufónico. Pero estamos hablando de un seudónimo que me busqué en 2017 para no exponerme. Persentarme como Miguel Ángel López no me gusta. Fernando Pessoa tenía heterónimos, escribía con varias voces, en función de lo que escribía. Un seudónimo te ayuda a protegerte: hay cosas que dice Amadeus Raven, no yo. Y también tiene una frase que me impactó mucho, de Fernando Pessoa: el poeta es un fingidor. Y en cierto modo sí: lo es en muchos sentidos. No es que fija, sino que se oculta. Tú tienes un sentimiento y puedes moldearlo, ocultarlo o taparlo con muchas capas para que no te afecte. Yo me protejo mucho con esas capas.

Lo que se cree es que los poetas transmiten lo que sienten…

Algunos sí, pero otros, como Rubén Darío, pretenden impresionarte.

En la obra de Amadeus Raven hay poemas muy íntimos…

Sí, a veces lo son, pero otras son poemas de tirar cohetes, como la ‘oración’ a Sheldon Cooper. Los sentimientos humanos son muy básicos: amor, odio, tristeza, te quiero, te odio, tengo miedo… Esos son los sentimientos primarios. Pero no puedes empezar un poema diciendo: ‘Yo quiero a esta chica y ella no me quiere’. Esa voluntad de estilo del autor tienes que vestirla. Al final acabas teniendo un sentimiento puro, que es de lo que hablas, pero tienes que vestirlo con unos ropajes que sorprendan a la gente, y que seduzca. La poesía es forma, igual que en la novela importa mucho el contenido, la poesía es un flash cuya forma tiene que impresionarte. Tienes que buscar la admiración de quien te lee. A todos nos preocupa la muerte, pero si hablas de ella personificada, como una actriz, Margot Robbie, te despierta una manera distinta de ver una cosa que es terrible, igual de profundo. Yo lo que intento es impresionar al lector, y creo que es lo que pretende todo autor.

Web del autor: Amadeus Raven