Por Cecilia Casero
El artificio exagerado, la exuberancia en el ornamento y una buena dosis de dramatismo son consustanciales a Palomo Spain, la firma de Alejandro Gómez Palomo (Posadas, Córdoba, 1992). Su universo está lleno de plumas, encajes y volúmenes carismáticos, así que la fantasía es, en su caso, una dieta diaria a la que ceñirse con entrega y sin ninguna frustración. “Es el leitmotiv de mi marca y, prácticamente, de mi vida porque es algo que intento transmitir todo el rato”, reconoce el diseñador. “Arreglarse a diario dice mucho de ti mismo, es una oportunidad de afrontar la vida de otra manera y de llenarte de la energía que sientes cuando te dedicas un rato”. Porque la moda también puede ser un instrumento transformador, no solo a nivel individual, sino del contexto que nos rodea. Y esto último es aún más poderoso si cabe. “La realidad es demasiado aburrida, el truco para disfrutar la vida es crearte tu propio universo”, apunta el cordobés.
“Ahora tenemos unas ganas tremendas de desempolvar todo lo que teníamos en el armario. A la gente le apetece arreglarse, plantarse el vestido de lentejuelas, ponerse un pamelón y hacer todo lo que no ha hecho durante este tiempo”, afirma rotundo de esta fiebre pospandemia por volver a las prendas de etiqueta. Palomo, que el pasado 7 de octubre celebró su último desfile por todo lo alto, tiene sobre la mesa proyectos hasta 2024: colaboraciones con marcas internacionales, una nueva edición de Maestros de la costura, planes para abrir su primera tienda física... Parece que la fantasía no solo nos inspira, sino que también puede ser el motor de una empresa rentable, ¿quién dijo que el aderezo era pura frivolidad?
El espíritu escapista no solo se educa activamente. Hay quien lo desarrolla también porque, sin tenerlo, no ha dejado de perseguirlo. Antonia Dell’Atte (Ostuni, Italia, 1960) pertenece a este último grupo. “Mi madre era una mujer de campo y era divina, pero no sabía qué era la moda. Mi padre era muy autoritario y muy celoso y la hacía vestir prácticamente solo de negro. Cuando se separó, comenzó a arreglarse más. La primera vez que la vi en traje de baño en la playa me pareció algo increíble”, rememora la célebre italiana, subrayando de manera indirecta que los cambios vitales también se traducen en cambios en el vestir y viceversa. Defiende la moda –o la ropa, para ser más exactos– como herramienta de autoafirmación, como el vehículo más rápido para reencontrarse con uno mismo.
“Arreglarme es algo que siempre me ha salido de manera natural. Cuando no podía permitirme comprar trajes de grandes diseñadores me iba a los mercados de segunda mano y todo el mundo se volvía loco preguntándome a qué boutique había ido”, confiesa la modelo. Y, rápidamente, aclara: “Para mí vestirme ha sido siempre, no una forma de atraer, sino de sentirme bien conmigo misma”. Si tiene que elegir qué época del arte del vestir prefiere, si antes o después de Instagram, lo tiene claro. “Cuando iba a todas las fiestas de Venecia, los bailes de Montecarlo... me ponía esos trajes –casi siempre de Giorgio Armani– y había siempre una elegancia... Me quedo con mi recuerdo de antes que con el exceso de ahora. No me gustan las provocaciones por las provocaciones, pero sí para huir de este mundo apocalíptico”, concede. El armario propio, como puerta de entrada a la evasión.
El arte de arreglarse –y de transformarse– está íntimamente relacionado con el talento interpretativo y no es nuevo descubrir que muchos actores comienzan a trabajar en sus papeles empezando por la ropa y sus aledaños. Es el caso de Lola Rodríguez (Las Palmas de Gran Canaria, 1998): “Cuando tengo un personaje nuevo, lo primero que busco es un perfume o un olor y a partir de ese detalle comienzo a construirlo. De ahí empiezan a salir el resto de cosas, como la forma de caminar. Lo que vestimos representa cómo queremos mostrarnos y también es algo que enseñamos al mundo, por eso creo que hay muchas capas en lo que respecta a arreglarse o no”, opina la canaria sobre el peso de la apariencia en su trabajo.
En ocasiones, la ropa consigue retratarnos e incluso elevarnos por encima de nuestra realidad, sobre todo cuando esta no se corresponde en absoluto con nuestras expectativas. “Es algo en lo que he pensado mucho por todo mi proceso y mi vivencia. Desde muy pequeña sentí que arreglarse es algo que te ayuda a mostrarte como de verdad quieres. Hay una frase que escuché cuando era niña y que me ayudó mucho: ‘La belleza es un reflejo del alma’. No hay que arreglarse para los demás, creo que es importante hacerlo a tu manera y no por intentar encajar en ningún sitio”, reflexiona la actriz. Y apunta: “Yo empecé a vestirme para mí, para encontrarme a mí misma y muchas veces lo hacía en mi casa sin mostrárselo a nadie”. La joven canaria, que debutó con un papel estelar en Veneno, la serie de Los Javis, interpretando a una joven Valeria Vegas, acaba de terminar de rodar la primera temporada de Bienvenidos a Edén, una nueva serie de Netflix.
Hay una palabra que Omar Montes (Madrid, 1988) usa con frecuencia y que define bastante bien lo que significa arreglarse para buena parte de la generación Z que venera su música relajada, sin complicaciones y con orgullo de clase (y de barrio): fronteo. Algo así como el equivalente a pavonearse o presumir de algo, un término que en su caso suele estar relacionado con la ropa y, sobre todo, con las joyas que tanto le gustan al cantante madrileño de Pan Bendito. “Yo siempre utilizo tres reglas a la hora de vestir: la primera, más es más; la segunda, fronteo al máximo; y la tercera, ser tú mismo en cada momento”, desgrana con una sinceridad que desarma por directa. “Ahora tengo Gucci y también Chanel, celebrando los logros abriendo el Moët”, canta en No juzgues. Más claro, agua.
Una actitud que huye del perfil bajo y de la discreción que en ocasiones envuelve sibilina al buen vestir en su versión más tradicional. “Se puede ir cómodo como yo voy, no hace falta ponerse un megatraje. Puedes ir también elegante y con clase de otras muchas formas”, afirma el madrileño quien, sin embargo, defiende a ultranza la vigencia del dress code independientemente del lugar y el momento. “Se merece el mismo respeto la gente de la moda con la que vas a comer que la gente de tu barrio. Tienes que ir guapo siempre”, sentencia. Un estilo de vida –y una estética– que arrastra a una fiel legión de seguidores, como demuestra el hecho de que fuera el artista español más escuchado en Spotify en 2020, y que ahora se condensa en Mi vida mártir, un libro biográfico; y El Principito es Omar Montes, una serie documental que ultima Amazon Prime Video. El fronteo manda.
Cada vez son más los actores que saben leer las posibilidades que les ofrece su trabajo más allá de los papeles que escogen hacer. Desfilar por una alfombra roja es también una oportunidad de seguir mostrando tu capacidad de generar reacciones, ¿y no es ese acaso el fin último de un intérprete? Macarena Gómez (Córdoba, 1978) siempre ha sido muy consciente de ello. Ya sea en solitario o acompañada de su marido Aldo Comas, otro experto en las lides de epatar, la actriz se implica en la vertiente más lúdica de su trabajo en el sentido más amplio del término. “Cuando poso en un photocall lo hago con todas las consecuencias, participo al cien por cien”, explica la artista.
En ese proceso de transformación tiene mucho que ver su profesión: Gómez enfoca las prendas que decide ponerse de manera muy parecida a como se prepara para un determinado papel. “Cuando me arreglo para eventos, me invento el personaje que quiero jugar ese día. Creo que en la vida diaria todos jugamos un rol dependiendo de dónde o con quién estemos, siempre hay una intencionalidad”, zanja. Esa premeditación a la que alude lleva implícita otra de las partes más interesantes de elegir ropa para cada ocasión: el ritual previo. “Mucha gente cree que Aldo y yo nos coordinamos, pero la verdad es que la mayoría de las veces no lo preparamos, simplemente coincidimos”, confiesa. Gómez, que ha producido su primera película, Polar, en la que además tiene un papel protagonista; acaba de estrenar Y todos arderán en Sitges y va a empezar a rodar la segunda temporada de 30 monedas para HBO. Parece que a la andaluza le quedan aún muchos personajes que pergeñar para próximos photocalls.
Hay quienes conciben el acto de arreglarse como una ceremonia parsimoniosa en la que el método de prueba y error deja a un lado su crudeza científica para abrazar el caos creativo. Sin embargo, para otros es un chispazo rápido e inesperado en el que ocurre la magia, como le ocurrió a Julia de Castro (Ávila, 1984) aquel día en París. “La primera vez que asistí a la semana de la moda, un amigo, Pascal Loperena, me prestó un abrigo suyo de Fendi. Recuerdo que fue ponérmelo y pensar: ‘Con esto ya está’. Iba a los desfiles, hacía mucho frío y no sabía cómo vestirme, pero me puse aquella prenda de hombre hasta los tobillos y con eso ya estaba perfecta”, rememora. En cuestiones de alta estética, la cantante y compositora prefiere jugárselo todo a una sola pieza.
“Soy de las personas que menos tarda en arreglarse de mi alrededor. Creo que es porque tengo muchos básicos en el armario pero siempre hay una pieza muy excéntrica porque, de alguna manera, necesito esa salida. En mi caso, ‘arreglarse’ suele ser una sola prenda o un complemento, como ahora en invierno que uso una pamela gigante. Me siento más cómoda con una pieza más extrema”. El arraigo del artificio le viene a la artista, que compagina la gira de su disco La historiadora con sus colaboraciones en el programa de Radio 3 Que parezca un accidente, desde bien pequeña. “En mi pueblo, Cuevas del Valle, arreglarse se dice ‘ateclarse’ y había una mujer que me crió cuando era pequeña, Ramona, que se arreglaba mucho. Yo pasaba mucho tiempo con ella y me quedaba fascinada con todos sus accesorios y su joyero”. Ya sea con una peineta o con una pamela gigante, a Julia no le intimida eso de ‘ateclarse’.
Cocinar con un esmoquin deja constancia de que arreglarse también puede ser una actitud con la que sacudirse la cotidianidad por la vía rápida. Así vestido se enfrentaba a las pruebas de los fogones el diseñador Juan Avellaneda (Barcelona, 1982) cuando concursaba en MasterChef Celebrity y no era una decisión que buscara sorprender, más bien era una declaración de individualismo en materia estética. “Es la defensa de ser tú mismo. Si te apetece, ¿por qué no?”, explica sobre los insólitos uniformes que llevaba en el popular programa. “A todos nos gusta arreglarnos. Cuando nos invitan a una fiesta ¿qué es lo más divertido? Muchas veces lo que te hace ilusión no es la fiesta en sí, sino la preparación, cuando piensas qué te vas a poner”, explica.
El creador, que acaba de lanzar su tercera colaboración con Güell Lamadrid y ultima los detalles de su próxima colección, milita activamente en el arte del exceso desde su propia firma, especializada en trajes de tejidos y estampados exuberantes. No es casualidad que la excentricidad y el carácter arrollador guíen su universo. Al fin y al cabo, es un ferviente defensor de las bondades balsámicas de ciertas prendas, casi siempre las más carismáticas. “Vestirte bien te empodera y te da fuerza. Cuando tienes un mal día y piensas: ‘Me voy a poner eso, que me da subidón’, normalmente no se trata de unos leggings o una camiseta básica, suele ser algo un poco más bestia”. Y apuesta por desmitificar la etiqueta y liberarla de prejuicios. “Hay gente que cree que el hecho de arreglarse es algo casposo incluso. Pero para nada, es un momento de diversión con una parte lúdica muy potente”, zanja convencido.
“Soy transformista porque mi trabajo lo requiere. Es una liturgia parecida a la fe: mi religión es la transformación con el maquillaje, la ropa y las pelucas”, apunta la actriz Loles León (Barcelona, 1950) sobre el proceso que la lleva, una y otra vez, a convertirse en alguien distinto por exigencias del guion (o de la vida, quién sabe). “Para mí, un personaje de televisión, de cine o de teatro no es solamente el personaje que han escrito, sino cuando estás vestida, maquillada y peinada. Ahí es cuando está construido del todo”, afirma categórica.
La veterana actriz, inmersa en su espectáculo teatral Una noche con ella y en la grabación del programa televisivo Tu cara me suena, usa su memoria visual y su capacidad de observación para seguir creciendo en su carrera. Una habilidad que ha ido entrenando desde bien pequeña inspirada por sus referentes femeninos más cercanos. “Somos tres hermanas y yo soy la pequeña. Cuando era una niña, ellas ya eran adolescentes y se ponían unos vestidos increíbles”, recuerda. “Mi madre también era una mujer elegantísima, siempre iba con vestidos negros con manga francesa, con escotes barco, recogidos altos muy cuidados... Ella y mis hermanas eran las personas a las que más admiraba”, confiesa. Una curiosidad y una capacidad de metamorfosis que, aunque ella repite con cada nuevo personaje, también se convierte en un potente analgésico global en momentos difíciles, como ocurrió durante la crisis sanitaria. “Había gente que se arreglaba para salir al balcón y aplaudir. Eso fue lo más bonito del confinamiento”, opina. Una vez más, arreglarse como coraza, como la mejor estratagema para curar se las heridas.
Por Mayte Salido