Hay Festival 2022
El autor retrata la vida norteamericana a través de una familia de comienzos de los años setenta.
Hagen Schnauss
El escritor estadounidense habla de Encrucijadas, su nueva novela. Participará en el Hay Festival.
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Jonathan Franzen es sin lugar a dudas el mejor novelista norteamericano de su generación y posiblemente del momento. Ha retratado la complejidad de la sociedad norteamericana a través de novelas construidas con los más sofisticados recursos literarios, que le han permitido adjetivos como dickensiano con toda regla.(Ingrese al especial: Escritores, reseñas y programación del Hay Festival 2022)Para él, la novela es un mundo cerrado y el narrador una presencia que no se debe advertir. Es tanto adorado por sus lectores como repudiado por sus detractores a tal punto que ha sido calificado de manera derogatoria como el “prototipo de hombre blanco cisgénero”. Sin embargo, pocos novelistas han conseguido su maestría. Leer a Franzen es enfrentarse con la buena literatura y disfrutar el reto.
Encrucijadas, su última novela, vuelve la vista atrás para retratar a la familia Hildebrandt a comienzos de la década de los setenta del siglo pasado. Reconocido por su capacidad de ahondar en la profundidad psicológica y emocional de sus personajes, en esta entrega demuestra una exhibición de capas y simetrías narrativas que supera sus obras anteriores. Un retrato de una familia cualquiera de la década que el expresidente Jimmy Carter definió como “una crisis de confianza”.
Encrucijadas es la primera entrega de una trilogía. ¿Sobre qué temas girarán los tres libros?Ahora me arrepiento de haber anunciado una trilogía porque todos me dicen “no me aguanto las ganas del próximo”, y yo tampoco, pero toma tiempo porque no soy un escritor que publica una novela cada dos años. Los próximos libros compartirán personajes, pero serán independientes porque, ya sabes, me podría arrollar un bus mañana mismo. El título general que propuse cuando estaba vendiendo los tres libros a mi editor fue La llave de todas las mitologías, que es una referencia a Middlemarch, de George Eliot. Me interesan las creencias irracionales que son esencialmente mitologías. Comencé con el cristianismo porque regresé a 1971, cuando para alguna gente buena y liberal el cristianismo aún era una mitología viable. Eso ha cambiado en los últimos cincuenta años. Estaré rastreando lo que ocurrió con esa mitología.
Conocemos a los Hildebrandt y las encrucijadas que sus seis miembros atraviesan en su búsqueda por la libertad (Russ y Marion, luego Clem, Perry, Becky y Judson).¿Con quienes se relacionó más fácil, con los padres o con los hijos?Los conocí a todos igual de bien. En Encrucijadas hay un énfasis en los padres. La razón por la cual existe esta familia es porque un hombre inocente de la comunidad menonita conoce a una chica sofisticada de ciudad, que no le dice toda la verdad sobre su vida. Yo mismo fui un joven inocente del medio-este americano. Los jóvenes son siempre útiles en una novela porque toman decisiones cruciales sobre lo que será el resto de su vida y eso es intrínsecamente dramático. Todo eso me es familiar. Fui un hombre justo como Clem. Becky también me resulta familiar. No sé de dónde salió Perry, pudo ser de un compañero que tuve en la universidad.
El título es una referencia a la canción Cross Road Blues, de Robert Johnson, que narra el encuentro con el diablo en una encrucijada. ¿Esta referencia fue previa a escoger el tema de la religión menonita, o llegó después?El tema menonita estuvo desde el principio. Tengo sentimientos encontrados por ellos porque, por un lado, admiro muchísimo la pureza de su práctica religiosa, pero no me gusta lo que hacen a nivel medioambiental ni su estructura patriarcal. Sin embargo, me interesó esa forma tan radical de cristianismo. Sabía que Russ vendría de una familia menonita. En algún momento Marion se encuentra al diablo, y toma una decisión. Eso fue accidental. Además necesitaba un nombre para el grupo de trabajo social de los jóvenes y surgió “Encrucijadas”. Luego apareció la versión de Cream: todo encajó.
A veces pienso que Encrucijadas muestra los problemas de comunicación en tres generaciones. ¿Podremos alguna vez librarnos de las acciones de nuestros padres?Si buscas drama humano tienes que buscar lugares de los cuales no puedes escapar. Y los padres están muy arriba en esa lista.
Con los padres ciertamente tienes que llegar a un acuerdo. Si eres un hijo, el padre es una presencia muy fuerte en una casa. Puedes amarlo, pero también quieres eliminarlo. Lo admiras, pero también quieres ser admirado. Quise investigar una familia a lo largo de cincuenta años con patrones que se repiten. Y es imposible escapar de los padres. Hay cosas de las que no puedes escapar a diferencia de la infinidad de opciones que tenemos en nuestra vida privada para reinventarnos. Pero no puedes reinventar a los padres ni cambiar tu relación fundamental con ellos. Si buscas dificultad y drama humano siempre tienes que buscar lugares de los cuales no puedes escapar. Y los padres están muy arriba en la lista de aquello de lo que no puedes escapar.
Las drogas son un tema clave en su novela. ¿Le interesó retratar algún cambio social en su uso en los años setenta?Me solía interesar la creación de una historia social pero ahora mi interés radica exclusivamente en los personajes. Quería que la novela se desarrollara en una época realista, y en ese momento había muchas drogas en los suburbios. Creemos que todo el mundo experimentaba con drogas al final de los sesenta, pero eso ocurrió sobre todo en campus de universidades, en San Francisco y Nueva York, donde escuchabas a The Velvet Underground y The Grateful Dead. No bajó a la sociedad norteamericana hasta los setenta. Has mencionado “libertad” algunas veces, y sabes que escribí una novela que se llama así. No suelo hacer aproximaciones conceptuales a mis obras e intento tener algún marco de significado para la historia. Pero el concepto de libertad nunca se me ocurrió. La naturaleza de ser una buena persona, puede que sí; la relación con Dios, también. Pero libertad en sí misma, no tanto.
Debería estar hablando más de liberación que de libertad.Puede ser, sí. Tiene que ver con lo que decía sobre la familia como aquello de lo que no puedes escapar. Marion se imagina liberada de Russ; Russ quiere liberarse no solamente de Marion sino de toda su familia. Clem se quiere liberar de esa admiración temprana por su padre y lo consigue cuando su padre lo humilla.
Perry parece ser el primer adicto a la cocaína del medio-este americano, y esto ocurre dos años antes de que Nixon declare la guerra contra las drogas. Recordé a Mike Barbieri, de El ruido de las cosas al caer, de Juan Gabriel Vásquez, uno de los primeros narcotraficantes de cocaína hacia los Estados Unidos. Parece haber una larga simetría entre estos dos episodios en las dos novelas. ¿Comparten usted y Vásquez un mismo interés?Mi forma de esperanza es interesarme por las complejidades de la vida humana.
Tiene gracia que lo preguntes. Fui invitado al Hay Festival en Cartagena y aunque no parece un buen momento para viajar, accedí por tres razones: Juan Gabriel y mi amigo Daniel Kehlmann estarán allí; también porque Colombia es el mejor lugar del mundo para el avistamiento de pájaros (he viajado ya en dos ocasiones para esto) y siempre hay cosas nuevas para ver. Y la tercera razón es mi interés particular en el país. Creo que cien años de historia colombiana están contenidos en la tragedia del imperialismo estadounidense. Esto vale la pena investigarlo, de pronto en algún próximo libro. Sí, definitivamente hay una conexión. Vásquez escribió esa novela desde Colombia para comprender algunas décadas de su historia que tienen que ver con el narcotráfico y la violencia política. Hay algo maravilloso pero también trágico en la historia colombiana hasta nuestros días. El tema me interesa y no es accidental que Perry consuma cocaína. Sé que la guerra contra las drogas comenzó temprano en los setenta, y no se convirtió en una droga de moda hasta finales de la década. Como te decía, era lo que hacían los Rolling Stones, los Grateful Dead en los estudios de grabación de los Ángeles. Fue extraño para Perry y será una droga muy mala para él.
Algunos hijos de su novela representan un absolutismo moral que no les ayuda a cumplir con sus deseos. En estos días de cultura de la cancelación, ¿hay algo que podamos aprender de ellos?Siempre podemos aprender de la literatura. Aún cuan grande pueda ser Middlemarch, nunca se pregunta quién es bueno y quién es malo. Me interesa mucho la literatura del siglo XIX por su realismo y porque te arrastra hacia una historia sobre personajes de verdad. Pero intelectualmente me encuentro más alineado con el siglo XX, que es una duda radical sobre lo que es ser bueno. Pueda ser porque ya crecí; escribí mis primeras novelas convencido de lo que era bueno y era malo, y luego me divorcié y nadie atraviesa eso sin remover esa certeza. Me sentí atraído hacia autoras como Alice Munro, donde los personajes, cuando hacen lo que es moralmente equivocado, de alguna forma profunda están haciendo lo correcto. Y siempre se cuestionan sobre lo que es bueno. Esa es la provincia de la literatura. La cultura de la cancelación dice: “Esa persona es mala, por lo tanto debemos cancelarla”. No tienes que tener mucho más de treinta años para preguntarte: “¿será que todo en esa persona es malo?, ¿son las personas que cancelan los buenos?”. Esas son las preguntas que la literatura nos invita a hacernos.
Su novela es una inmersión en mundos psicológicos de personajes que atraviesan cambios fundamentales. ¿Pueden las novelas cambiar la manera como nos comprendemos los unos a los otros, en la calle, en la política?Es lindo pensar que si todos leyéramos más novelas seríamos más empáticos. Desafortunadamente creo que la audiencia para novelas serias ya ha sido determinada porque ya está dispuesta a comprender personas distintas, ya siente empatía por otros y por lo tanto disfruta de la lectura. Y las personas que se la pasan en Twitter haciendo juicios morales no se permiten sentir empatía por las personas que están cancelando, y probablemente no están leyendo novelas. Tú y yo estamos escribiendo para un público que ya ha sido convencido. Es bueno que esa audiencia exista porque me da esperanza pensar que los lectores pueden aceptar complejidades morales. Pero soy escéptico con la idea de que la novela pueda generar esto en alguien que no tiene interés alguno en sentirlo.
¿Qué aprendió sobre la familia norteamericana contemporánea luego de haber vivido tanto tiempo con los Hildebrandt?Learn how to invest in Mutual Funds! Stay tuned. #Investing #Investment #Learn #Grow #Guide #Staytuned #Comingsoon… https://t.co/Zao1RtB9l4
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Si algo disfruté de 1971 es que nadie tenía celulares ni redes sociales. Si querías estar en contacto con alguien tenías que conseguir un teléfono de moneda y esperar a que estuviera del otro lado porque ni siquiera existían los contestadores automáticos. Es divertido para un novelista escribir sobre una época en la que las relaciones interpersonales eran en persona, pero sentí tristeza por las familias modernas en las que puedes escapar de los demás con tan solo mirar tu teléfono. No aprendí eso porque ya lo sabía, pero sentí tristeza por ese mundo en el que vivimos y una gran alegría de que no tenía que escribir sobre él en este libro.
Al finalizar su novela tuve una sensación de esperanza, de optimismo.No puedes ser un completo pesimista y escribir novelas. Sin embargo, soy muy pesimista acerca del futuro de nuestro planeta. Todos nos moriremos pronto y tendré suerte si el planeta no se muere antes de que yo lo haga. Esa es una imagen severa. Mi forma de esperanza es interesarme por las complejidades de la vida humana y embarcarme en proyectos de esta magnitud para comprenderlas. *Camilo Hoyos es profesor de literatura y director y conductor del podcast Paredro.
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